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¿En qué piensan los hombres cuando les atrae una mujer?

Durante años he vivido en el paradigma del gineceo  griego. Criada por mujeres. Rodeada de mujeres. Y los hombres no eran hombres de verdad. Para empezar porque los pobrecitos míos carecían de identidad. Siempre eran novios, maridos potenciales. A esas etiquetas se les fueron sumando otras.  Al final, para cuando alcancé la edad adulta y empecé a relacionarme con chicos de mi edad, lo único que tenía asociado a ellos eran estereotipos muy poco halagadores y miedo. Muchísimo miedo. Adelantemos la cinta al presente. Ahora los chicos no me dan tanto miedo, aunque sigue habiendo muchísimas cosas que no entiendo de cómo perciben el mundo. Más concretamente, me pregunto qué imaginan cuando conocen a una chica y les parece atractiva.  Esto viene a cuento de la de veces que me he sorprendido llamándoles babosos o superficiales (u otras cosas) por los bufidos de animal, los "melafo" y otros comentarios que he escuchado de boca de chicos heterosexuales durante años. Hasta

Quiero saltar por la ventana

No pasará nada, porque vivo en un primer piso bastante bajito.  Bajaría de madrugada, cuando nadie pudiera verme. Correría hasta el parque y me colaría dentro. Me acurrucaría en algún rincón y me despertaría ahí al día siguiente, sobra una cama de hierba y cubierta de rocío.  Porque adónde voy si no. La gente a la que quiero no vive aquí. De todas las razones por las que pensé que me arrepentiría de mudarme, el Apocalipsis es la única que no había tenido en cuenta. Admiro a los Miss y Mister Cuarentena. Esa gente que nada más levantarse limpia la casa de arriba abajo, que se prepara un desayuno sanísimo e instagrameable, que luego trabaja, por la tarde hace crossfit con dos litros de leche y una garrafa de agua y que después se dedica a leer, a hablar con sus amigos, a remendar calcetines y a construir la Torre Eiffel con palillos. Esa gente capaz de canalizar el angst  en algo positivo.  Yo no soy así. Para nada. Alimentarme ya está suponiendo un esfuerzo sobrehumano.

Nuevas formas de llorar

A veces me sorprendo de lo sorprendente que puede ser la vida, y entonces siento cómo me desbordo emocionalmente, para bien o para mal, o ambas a la vez. A veces me sorprendo haciendo cosas nuevas, descubriendo partes del cuerpo que no sabía que tenía y hasta rincones de mi mente a los que nunca había prestado atención. Durante muchos años me costó reírme. No solo porque no tenía ganas o no me nacía, sino porque cada vez que lo intentaba me salía fatal. No sonaba bien, no parecía una risa natural. Me ha costado mucho tiempo, pero creo que ya lo domino. A veces hasta me río de cómo me río -por qué me da por sentir las cosas al cuadrado es un misterio.  Llorar siempre se me ha dado mejor. En silencio cual madonna, de desesperación, de rabia. Aún recuerdo lo perpleja que me quedé la primera vez que lloré de cansancio, un día en el que estaba tan agotada que la única forma que encontré para dormirme fue llorar primero. No sucede a menudo, pero siempre me ha parecido un llanto fasc

El ombligo

Ya nos sabemos la coreografía a tres meses de la función. Ahora solo nos falta perfeccionar los pasos, no movernos del sitio, ir perfectamente sincronizadas y no matarnos con el velo en el proceso. Porque si el velo puede, te traiciona. Y siempre puede.  La ropa ya está pedida y aunque me joroba muchísimo que no vayamos todas de azul, tengo unas ganas locas de vestirme de princesa y bailar. De pequeña no solía disfrazarme más allá de hacerme túnicas, capas y velos de novia con las sábanas, así que mi niña interior está dando saltitos.  Obviamente se baila con el ombligo al descubierto, pero yo nunca lo hago en clase. Siempre llevo una camiseta y unos pantalones cómodos y bien modestos, y casi siempre con calcetines. En parte por comodidad, pero en gran parte por pudor. Las chicas grandes no van enseñando el ombligo.  Salvo cuando faltan tres meses para el baile de fin de curso, claro está. Para empezar a hacerme a la idea, hoy me he subido la camiseta y la he enrollado en

Cazafantasmas

Música recomendada: https://www.youtube.com/watch?v=q0hyYWKXF0Q Al primer chico con el que me acosté le gusta esta canción. Me lo dijo en nuestra segunda cita, cuando yo estaba nerviosa porque sabía que él quería acostarse conmigo pero yo no estaba segura. Contra todo pronóstico no se rindió, ni siquiera cuando le obligué a pasar cinco horas con mis amigos. Una semana después tuvimos una tercera cita preciosa, hicimos todo lo que yo quise y tuve una primera vez de película. De esas historias que da gusto contar y escuchar con las amigas en un café, entre risas, cotilleando y especulando. No lo he vuelto a ver. Es complicado. Que es el eufemismo de que yo quería más y que por circunstancias no ha podido ser. Y estoy mejor de lo que creo, porque no estoy enamorada de él. Estoy enamorada de lo que vio en mí y ya no ve. De aquella noche en la que me sentí sexy y poderosa como una reina. He aquí otra lección de vida: no nos duele el pasado, sino el futuro que no podemos tener y las cosa

Dolores de crecimiento

Después de mucho pensarlo he llegado a la conclusión de que lo único que le reprocho a mi madre es no enseñarme que hacerse mayor significaba que tenía que aprender a cuidar de mí misma. Que mi objetivo durante mi infancia y adolescencia era aprender a convertirme en mi propia madre. Sé que no soy la única a la que le ha pasado. A mi madre tampoco se lo enseñaron. Ni a la madre de mi madre. En general la gente ha nacido, crecido y vivido su vida sin necesidad de recrearse en el sentido o propósito de la misma. Y no culpo a mi madre. Pero es que nadie me lo había dicho. Y para cuando me enteré ya llegaba tarde a casi todo.  Desde las cosas más simples y mundanas como lavar la ropa (aprendí rápido, pero tardé mucho más en hacerlo sin poner cara de fastidio por que la NASA todavía no haya diseñado robots que lo hagan todo) hasta la autogestión emocional. Todo ha sido un desafío. Y lo sigue siendo.  Porque en la realidad y en la ficción la fase de entrenamiento se acaba. Acaban